collage JM Lorite
La cultura impresa como un bello paréntesisMe comentaba Marian, a raíz de la
entrada sobre lo que el texto podría llegar a significar en la cultura digital, que la obra literaria se desvirtuaría en ese texto blando, plegado e interactivo: cómo desencuadernar y garabatear la totémica plenitud de una obra como, por ejemplo,
El Quijote... la misma esencia de la obra literaria escrita se opondría así a la volatilidad interactiva de la futura obra digital, de autoría múltiple, actualizable, modificable y glosable.
Para ser conscientes de lo que cada uno de los soportes involucrados en el debate aporta o limita al confinamiento y transmisión de nuestra memoria, debemos tener en cuenta al que fue primero: nuestra propia memoria física, trasmitida y almacenada en la práctica de la tradición oral.
El libro desplazó al rollo y contribuyó a la paulatina marginación de la tradición oral. Frente a ella, el códice ofrecía una mayor densidad de información además de poseer la propiedad de mantener inalterable el contenido de lo escrito; esta última característica más la unión del concepto de obra a su propio soporte (un libro es el artefacto escrito para ser leído y es la propia obra en él contenida) es lo que Marian sospecha se rompería en el texto digital.
Pero la información contenida en el códice tuvo que pagar un precio por esas innegables mejoras: por un lado, perdía la capacidad de abstracción que practicaba la tradición oral; con los recursos que nuestra psique le aportaba, no era necesario recordar cada uno de los detalles de la narración para que esta pudiera ser de nuevo reproducida; bastaba con haber entendido el hilo argumental y el concepto del asunto para volver a describir, por ejemplo, la narración mitológica, o un chiste...
Nombres, lugares, incluso el idioma o las anécdotas podían cambiar con el paso del tiempo o con el discurrir geográfico si así lo requería el mensaje en pos de su mejor entendimiento. Y esto precisamente se perdía también con el libro, la maleabilidad de una información que adaptaba su mensaje a la situación del que escuchaba o dialogaba, de sus expectativas, formación y experiencias.
La última moneda que pagó la información, al ser fijada sobre el pergamino o el papel, fue la de su capacidad infinita de pliegue. El narrador, al transmitir oralmente su información, podía decidir insertar según qué explicaciones, omitir otras, hacer más extenso un suceso con todo tipo de detalles y nuevas noticias o reservarse aquellos datos que estima no son necesarios en ese momento. Es cierto, con la escritura nace un concepto de obra plena, redonda, fijada en el tiempo y las formas (por más que revisiones, traducciones o adaptaciones vayan poco a poco transformándola). Pero esto no significa que no pueda existir esa otra obra maleable, que deja parte de su valor en manos del "lector", convertido también en "autor" de la misma.
Estos peajes que la obra pagó para fijarse al papel:
abstracción, maleabilidad y
pliegue los vuelve a recuperar el texto en el escenario digital, añadiendo otros recursos y alguna problemática.
Como nuestra memoria, la información contenida en el medio digital no se encuentra confinada en un único almacén ni en un único lugar; el texto que podremos explorar nacerá de la unión sin solución de continuidad de fragmentos recogidos de distintas fuentes y proveedores a través de cualquiera de los nodos que tejen la red global. Y al igual que la narración en la tradición oral, la información podrá verse modificada según el contexto de lectura o consulta, según el filtro que la haya hecho aparecer... y será plegable: un mismo texto podrá irse desdoblando dejando ver u ocultando información complementaria, videos, gráficas, locuciones y música, definiciones, indexaciones, resúmenes y comentarios.
A estas características de la tradición oral, la cultura digital añade la de una densidad de información casi infinita y en constante crecimiento por el progreso tecnológico, progreso que obliga sin embargo a que esta información sea traspasada cada vez que las aplicaciones con las que fueron realizadas quedan obsoletas y que plantea uno de los mayores problemas en cuanto a su conservación (¿guardan ustedes algún archivo de word perfect, qbasic o page maker que puedan aún abrir sin problemas?).
El último regalo de la cultura digital frente a la escrita es su capacidad de comunicación multilateral: el autor, los coautores, los lectores, todos los implicados en fin en ese texto digital se comunican, enriquecen, comentan y añaden, complementan y mejoran la información... también hay más
ruido pero no todo es perfecto.
Resumiendo, la tradición oral está en realidad muy cerca de las premisas tecnológicas que animan el futuro del texto y lectura digitales, cambios que podrían hacer ver a la cultura impresa como si hubiera sido un eficaz y bello paréntesis y no el dogma por el que el texto o incluso la obra literaria deben expresarse para ser definidos como tales.