Recibiendo al Paraíso


Pasaron por el barrizal, que en aquella tarde las lluvias de la mañana habían formado, sin ensuciarse. A cada gol recibido, Requena nos recolocaba en la esperanza que, tarde o temprano, el tejido cambiante que dibujábamos en el campo alcanzase a parar el ataque fulminante, coordinado y perfecto del equipo del Barrio del Paraíso.

Así, pasamos a defender con cinco tras el primer gol; Gulas se unió a la defensa después de encajar el segundo; yo bajé a la media y Pedrito se quedó arriba por si, con suerte, le llegaba el balón; tras el tercero, Requena debió pensar que en el caos podría hallarse la solución y volvimos al 4-4-2 pero con Nicolás y el Gitano intercambiándose las bandas y juntando líneas de tal manera que en cada uno de los siguientes cinco goles –recibidos–, todo nuestro equipo participó activamente.

Diez goles nos metieron en la primera parte y podrían haber sido una docena los que hicieran en la segunda, pero su dimensión era tan grande y estaba tan alejada del resto de equipos que, en un acto de generosidad y docencia, el resto del partido lo pasaron logrando estrepitosos fallos –perfectamente coreografiados– a la hora de marcar. Calzaron once postes, tres largueros, cuatro chuts altos a bocajarro e, incluso, dejaron que la única pelota perdida que oliera Pedrito entrase en su portería, mostrándose por ello fingidamente afligidos y resignados. Cuando acabó el encuentro, alzaron los brazos con ímpetu para darnos a entender que festejaban una victoria muy trabajada y nos ofrecieron su mano tan alegre como educadamente habían jugado.

Les vimos alejarse, como flotando, en una furgoneta azul metalizada mientras nos calaba la lluvia; así acabo todo y empezó la liga: últimos.


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