Y Juan mató al lobo



Juan mató al lobo; lo hizo una mañana de niebla, junto a la cuadra comunitaria. El animal llevaba días rondando la aldea y, esa mañana, Juan lo esperó escondido tras las ovejas. Cuando le vio olisqueando la base de los pilares de madera que formaban la empalizada que protegía al ganado, no se lo pensó dos veces y, casi sin levantarse, sacudió su brazo y la jabalina fue a clavarse en los cuartos traseros del animal que huía. Aunque vivo, la incapacidad para correr le hizo presa fácil de Juan, que le abrió la cabeza con un gran guijarro.

La piel deshollada del lobo colgó de la puerta de la aldea durante meses, como para indicar a los compañeros de la bestia que se guardaran de entrar; años después de la muerte de Juan, los niños del pueblo seguían cantando este suceso:

Hubo un día un lobo enorme / que buscaba carne aquí / asustaba a muchos niños / y a la oveja hacía así: / auhhh, auhhh, auhhh / Pero Juan, tras la ventana / esperaba muy capaz, / y tirándole una lanza / lo mandó al más allá: / auhhh, auhhh, auhhh

Más al este, casi donde las montañas trascasianas daban la vuelta para mirar al imperio Jarciano, el hecho pasó, sujeto a la infantil cantinela, de pueblo en pueblo hasta llegar a la capital y allí, que no sabían de lobos ni de juanes, el animal creció hasta hacerse un léon y Juan, el Rey Famsú.

Tan identificada se encontraba la leyenda de este rey con la desaparición de la bestia salvaje que, cuando el escriba Teodirino se decidió a fijar la historia de la dinastía Jarciana con la nueva tecnología de los signos grabados en tela, casi dos siglos después de los hechos reales, lo incluyó como un dato más de la excelsa biografía del nombrado Rey, omitiendo esta vez el detalle de la lanza por consejo (y orden) de Famsu III, descendiente de aquel, que quiso con ello realzar aún más el carácter sobrehumano del monarca y sacerdote (y con ello, el de su dinastía).

Y fue Famsú, el hijo de la Puerta de la Casa de Jarcio, quien, con sus manos desnudas abrazó al temible Ritomedes que se había convertido en enorme león blanco, y estrechando el cuello de la bestia, acabó con aquel que la Ciudad deseaba someter... 

Aún hoy, puede observarse en el tímpano más importante del templo dedicado al culto Neojarciano, en el centro de la gran ciudad trascasiana de Cirunea, el relieve que representa al entonces príncipe y profeta Famsú dando muerte con sus propias manos a un enorme y fiero león. De hecho, varios lingüistas señalan el origen etimológico del nombre de la ciudad a las palabras "Cir Uneam", es decir, "sin armas", tal y como su fundador había actuado frente a la amenaza salvaje que la acosaba.




Esto, que podría parecer un hecho anecdótico, no ha dejado de pasarle factura a los Ciruneos y, en realidad, a todo el área de influencia del culto; al tomar como hito fundacional la victoria del rey sobre la bestía sin más armas que su cuerpo, no en pocos casos reproducen este combate desproporcionado al afrontar problemas y amenazas (personales, comunitarias e, incluso, patológicas) con los casi siempre escasos recursos de los que les ha provisto la naturaleza. Este rechazo al uso de herramientas o útiles de ayuda es, sin lugar a dudas, causa de su retrasada posición en cuanto a desarrollo tecnológico e innovación y lo que estanca a esas extensas zonas de la cordillera trascasiana, cuyas pequeñas pero numerosas poblaciones siguen todavía, en esta época, manteniendo economías de subsistencia basadas en la cría de ganado.

El profesor German Quinter, estudioso de la tradición oral trascasiana y aldumana, recoge en su primera obra, "Manos vacías ante la adversidad", los problemas y visicitudes con las que tuvo que enfrentarse a la hora de documentarse sobre el pueblo ciruneo; entre ellas, el absoluto vacío que sobre esta temática reina en la red.









Un tapiz insondable

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(Tirunelveli, Tamil Nadu, India)


“Conque allí hilaba su gran telar
durante el día y por la noche lo destejía,
tras colocar antorchas a su lado”
Homero


Treinta siglos después de la primera transcripción escrita del relato homérico, los hombres, al igual que Penélope, seguimos tejiendo y destejiendo una malla de comunicación y conocimiento formada con la urdimbre de los sonidos y los alfabetos. Ese tejido resultante es el que hemos ido definiendo como texto, protagonista de unas culturas, la oral y la escrita-impresa, milenarias, y que hoy adquiere, con la emergencia del Informacionalismo, la cultura digital y la sociedad red, nuevos usos, retos y apariencias que conectan de nuevo con los primeros significados de la palabra de origen latino que lo nombra: texere, tejer, trenzar, entrelazar.


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