Margaret Livingstone, apoyándose en la neurobiología, mostró como el ojo humano tiene dos tipos de visión: la visión central, muy buena para reconocer los detalles, y la visión periférica, mucho menos precisa pero más adecuada para reconocer las sombras. Leonardo Da Vinci pintó la sonrisa de la Mona Lisa usando el esfumado (sfumato), técnica pictórica aportada por él consistente en la supresión de los contornos precisos, envolviéndose todo en una especie de niebla o sombra imprecisa que difumina los perfiles. Esas sombras son percibidas mucho mejor por nuestra visión periférica y así, la sonrisa es difícil de apreciar si se fija la vista en la boca de la Gioconda, pues entonces el ojo humano la enfoca con la visión central. Para ver sonreír a la Mona Lisa hay que mirarla a los ojos o a cualquier otra parte del cuadro, de modo que sus labios queden en el campo de visión periférica.
En la siguiente imagen he tratado de mostrar un ejemplo donde esta ilusión visual es más explícito. Si observamos cualquier punto de la imagen menos el centro, percibiremos a este como rodeado por una marcada sombra. Cuando enfocamos al punto negro y central de la imagen, aquella sombra parece, poco a poco, ir menguando pues nuestra visión central va a discriminar esos medios tonos en pos de una nítida percepción del punto central.
Resulta interesante conocer nuestro funcionamiento perceptivo aunque, afortunadamente, ni la técnica artística aplicada, ni los defectos fisiológicos del artista (el estrabismo de Rembrandt o el astigmatismo de El Greco), nos explicarán por qué reconocemos como bellas las obras de arte. Qué interesante la Gioconda así de cerca ¿verdad?