Dos gráficas y una alegoría futbolística para explicarme por qué, aun como disfruto por igual de Camarón y Morente, las propuestas artísticas que los definieron (y aún definen) me parecen responder a experiencias distintas de vivir y percibir el arte del cante flamenco.
Imagino dos orillas: en la primera, estamos nosotros, y formando parte de nosotros, Enrique Morente. De esta orilla sale un bote que lleva escrito el nombre de "el Cante". A través de su obra, Morente nos lleva hasta los terrenos de la belleza, una belleza telúrica, basada en la técnica y el conocimiento, la creatividad, el estudio, la inteligencia y la síntesis experimental. Por eso, es fácil que Morente encaje con nuevas músicas y un público con ganas de descubrirlo; su propuesta es sofisticada además de añeja y atemporal.
Morente controla los recursos para crear, es Cruyff inventando el penalty indirecto.
Por otro lado, en un segundo mapa, hay una orilla en la que seguimos estando nosotros y en la otra, el cante; el bote que conecta ambas orillas se llama Camarón. El carácter flamenco del Cante atraviesa la vida del que canta; expresarse no es una decisión reflexionada, es vital. Es Maradona.
Ese es el asunto, decidir viajar hasta la belleza a través del conocimiento o dejarse secuestrar en un bote que se dirige a territorios alejados de la experiencia cotidiana.
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