Texto Red

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(Tirunelveli, Tamil Nadu, India)

Artículo aparecido originalmente en Foroalfa

De la revolución que supone el paradigma tecnológico informacional emerge una sociedad estructurada ya por un nuevo modelo de texto: el texto red.

«Conque allí hilaba su gran telar durante el día
y por la noche lo destejía,
tras colocar antorchas a su lado».
Homero
Treinta siglos después de la primera transcripción escrita del relato homérico, los hombres, al igual que Penélope, seguimos tejiendo y destejiendo una malla de comunicación y conocimiento formada con la urdimbre de los sonidos, las imágenes y el alfabeto. Este tejido resultante es el que hemos ido definiendo como «texto». Protagonista de culturas milenarias —la oral, la escrita y la impresa—, hoy el texto adquiere, con la emergencia del informacionalismo, la cultura digital y la sociedad red, nuevos usos, retos y apariencias que conectan de nuevo con los primeros significados de la palabra latina que le dio origen: texere, tejer, trenzar, entrelazar.

Un debate desenfocado

No estaban debatiendo el futuro de los aedos1 aquellos primeros comerciantes que comenzaban a registrar sus transacciones mediante incisiones en tablas de arcilla; tampoco se mantenían acaloradas discusiones sobre el desplazamiento de la tradición oral en aquel momento en que unas emergentes civilizaciones fijaban sus leyes sobre piedra, o en esos otros cuando las religiones distribuían con éxito su doctrina a través del recién creado códice. Simplemente, se gestaba una sociedad que, poco a poco, iría dejando de ser estructurada por la tecnología, dispositivos y soportes del modelo anterior y empezaría a implementar un nuevo texto, apoyado entonces en la tecnología de la escritura, un texto que daría forma al mundo que hemos conocido hasta hace muy poco.
Tres milenios después, sin embargo, existe un debate mediático —e interesado— enfocado a discernir si seguir leyendo «Rayuela» en el libro impreso o hacerlo en un dispositivo electrónico, cuando en realidad podríamos situarnos lejos de la polémica que enfrenta a los soportes digital e impreso, y centrarnos en que los nativos de esta sociedad red (o sociedad informacional o como quiera que llamemos a la sociedad que emerge del paradigma tecnológico de la microelectrónica) están demandando y creando un texto ubicuo, interactivo, social, colaborativo, maleable, plegable, multimedia, simultáneo... o, dicho de otra manera, desarrollado mediante y para la articulación hipertextual, la convergencia mediática y la cultura participativa; un texto que, lógicamente, ya no es soportado por el papel y que busca caminos de puesta en escena que rompan con la convención de la página impresa para adecuarse al marco de la sociedad que va a codificarlo.

Tejer: articulación hipertextual

Algo que marcará todos los ámbitos del texto red es que su condición informacional le otorga la propiedad de poder ser un texto «extendido», en relación con otros textos, de ser un hipertexto. En nuestra metáfora del tejido, el hipertexto sería el resultado de hilvanar fragmentos de distintos planos, distintas fuentes y autores, motivaciones y formatos, en una suerte de malla global y expansiva.
Del hipertexto resulta modificada la actividad lectora, convertida en navegación por ese escenario de sistemas, soportes y contenidos interrelacionados. Estas implicaciones nos son de sobra conocidas en los textos informativos y de referencia, pero queda mucho campo para la creación en la narrativa digital, la literatura y la lectura de entretenimiento: caminos de autoría compartida, de historias que se desarrollan según la interacción del lector-autor, narraciones autogeneradoras de contenido, lecturas convertidas en intervenciones colectivas. En palabras de Xavier Berenguer: 
«Se trata de una renovación de estructura, mucho más que de procedimiento, en la cual se cimiente el discurso multilineal, en lugar de secuencial, y las historias no tengan necesariamente ni principio ni fin, lo que supone narrar entornos, antes que historias, y pautas de comportamientos, antes que conductas concretas».
Roland Barthes habla, en el mismo sentido, de un esparcimiento del texto en lugar del carácter estructurado y cerrado del texto impreso convencional. Allí donde el papel ponía límites, el campo abierto a los acontecimientos que propone la red coloca al lector-usuario como coautor, actor e, incluso, protagonista de la narración.

Trenzar: convergencia mediática

Ese tapiz de sensaciones multimedia está compuesto de imágenes, letras y sonidos; elementos que se expresan de igual forma en el código binario digital, sustrato del nuevo texto. Como consecuencia de ello, ya no hay razón para que la imagen (aquello a lo que nuestro cerebro dedica más recursos asociados a su percepción) esté supeditada al alfabeto: si el texto impreso reproducía la secuencialidad del lenguaje hablado, la imagen ofrece la globalidad que los nuevos dispositivos electrónicos demandan.
De la convergencia de distintos elementos multimedia surge la integración mediática del nuevo texto que va a poder reunir y expresarse a través de todos aquellos medios de comunicación que basan su definición en el uso de uno u otro lenguaje comunicativo (la televisión, el cine, el video-juego, la prensa, etc.).

Entrelazar: cultura participativa

El texto red está llamado a ser de nuevo compartido en la amplificada ubi­cuidad y simultaneidad de las redes sociales, complementando al enunciado las impresiones, comen­tarios, reseñas y colaboraciones de sus lectores-creadores. Todos los implicados en ese texto digital comunican, enriquecen, comentan y añaden, complementan y mejoran la información. El texto red escucha e interactúa; ya no es una incisión fijada en la piedra ni una impresión en la página. La renovación, actualización, discusión y colaboración de los lectores lo conformarán, convertido en vehículo de interacción entre aquellos que acudan a él en busca de información, conocimiento y comunicación.
Todo ello plantea nuevas cuestiones relacionadas con la autoría global de los contenidos, comprometiendo disciplinas, roles y agentes del texto hasta ahora más o menos delimitados y señalando un camino de trabajo compartido y colaborativo; formas nuevas de producir un texto cambiante, interactivo y multimedia y donde autor, lectura y estructura se redefinen. Como podemos imaginar, en este escenario la tarea del editor como guía de viaje será vital, cada vez que las funciones de lector y autor se hallen entrecruzadas o difuminadas por el carácter interactivo, no lineal y estructurado en red del texto.

Texto red

Ya no hay duda que la red tendrá mayor impacto que el que tuvo la imprenta: nuevos ritos de escritura y de lectura aparecerán en escena y ante ellos, la sociedad actual —no solo la industria cultural— se encuentra con un enorme océano de posibilidades. Es, en fin, una tarea excitante para todos pues marcará la forma de entender y trasmitir el conocimiento y construirá el mundo que vamos a conocer de aquí a un futuro. Toda un aventura.





  1. Poeta. En la Antigua Grecia, era un artista que cantaba epopeyas acompañándose de un instrumento musical, el phorminx.
Bibliografía:
  • Berenguer, X. (2004). Literatura interactiva.Barcelona: Temes de Disseny.
  • Castells, M. (2006). La sociedad Red: una visión global. Madrid: Alianza Editorial.
  • Swinburn, D. (2008). Entrevista a Roger Chartier (05/10/2008). Chile: Mercurio.
  • Dans, E. (2010). La lectura de libros se hace social. El blog de Enrique Dans.
  • Homero (2002). Odisea. Introducción de Manuel Fernández-Galiano, traducción de José Manuel Pabón. Madrid: Editorial Gredos.
  • Lorite, J. M. (2008). Historia de la lectura. Revista Pharm, II, 5, 45-47.
  • Lorite, J. M. (2010). Tradición Oral y Cultura Digital. Foroalfa.
  • Lorite, J. M. (2011). Presentación de la ficción hipertextual "Tesoro olvidado al viento" en el marco del Festival Ñ. Círculo de Bellas Artes.
  • Ministerio de Cultura de España (2010). El libro electrónico, Abril 2010. Primer informe del Observatorio de la Lectura y el Libro
  • Nistal, A. (2009). Del pergamino al bit. La influencia del soporte en el contenido. ARBOR CLXXXV, 737, 531-539.
  • Orihuela, J.L. (1999). "El narrador en ficción interactiva. El jardinero en su laberinto".
  • Rico, F. (2009). La lectura en la sociedad de la Información. Fragmentos y vínculos. Semana Monográfica de la Educación. 
  • Rodríguez de las Heras, A. (2006). ¿Qué es un texto?  Madrid: Círculo de Bellas Artes, pp. 87-100.
  • Tubella Casadevall, I. y Alberich Pascual, J. (20190). Los media en la sociedad de la información. Materiales formativos de la UOC. Máster Sociedad de la Información y el Conocimiento.

Tradición oral y cultura digital

Artículo aparecido originalmente en Foroalfa


La tradición oral se encuentra muy cerca de las premisas tecnológicas que animan el futuro del texto y lectura digitales, cambios que podrían hacer ver a la cultura impresa como un eficaz y bello paréntesis y no como el dogma por el que el texto o incluso la obra literaria deben expresarse para ser definidos como tales.
¿Por qué? Porque vivimos justo en los tiempos prometéicos en los que texto y cultura digital andan configurándose, fundiéndose y reorganizándose… este artículo es un motivo más para la reflexión de nuestro más cercano e incierto futuro.
A raíz de distintas consideraciones (considerar, es decir, observar las estrellas) sobre si el libro, ese artefacto constituido por decenas de páginas cosidas o pegadas a un lomo y protegidas por una cubierta, desaparecería o no en un futuro cercano desplazado por las tecnologías emergentes, mi amiga Marian especulaba sobre lo que la obra literaria podría llegar a significar en la cultura digital, desvirtuada en un texto blando, plegado e interactivo:
«cómo desencuadernar y garabatear la totémica plenitud de una obra como El Quijote... la misma esencia de la obra literaria escrita se opondría así a la volatilidad interactiva de la futura obra digital, de autoría múltiple, actualizable, modificable y glosable».
Para ser conscientes de lo que cada uno de los soportes de confinamiento y transmisión de nuestra memoria aporta y limita, debemos tener en cuenta al que antecedió al libro: nuestra propia memoria física, trasmitida y almacenada en la práctica de la tradición oral, que acabaría depositada más tarde con el desarrollo de la escritura en tablillas, pizarras y rollos de papiro.

La aparición de un nuevo invento: el libro

El libro desplazó al rollo y contribuyó a la paulatina marginación de la tradición oral. Frente a ella, el códice ofrecía una mayor densidad de información además de poseer la propiedad de mantener inalterable el contenido de lo escrito; esta última característica más la unión del concepto de obra a su propio soporte (un libro es el artefacto escrito para ser leído y es la propia obra en él contenida) es lo que Marian sospecha se rompería en el texto digital.
Pero la información contenida en el códice tuvo que pagar un precio por esas innegables mejoras: por un lado, perdía la capacidad de abstracción que practicaba la tradición oral; con los recursos que nuestra psique le aportaba, no era necesario recordar cada uno de los detalles de la narración para que esta pudiera ser de nuevo reproducida; bastaba con haber entendido el hilo argumental y el concepto del asunto para volver a describir, por ejemplo, la narración mitológica, o un chiste...
Nombres, lugares, incluso el idioma o las anécdotas podían cambiar con el paso del tiempo o con el discurrir geográfico si así lo requería el mensaje en pos de su mejor entendimiento. Y esto precisamente se perdía también con el libro, la maleabilidad de una información que adaptaba su mensaje a la situación del que escuchaba o dialogaba, de sus expectativas, formación, idioma y experiencias.
La última moneda que pagó la información, al ser fijada sobre el pergamino o el papel, fue la de su capacidad infinita de pliegue. El narrador, al transmitir oralmente su información, podía decidir insertar según qué explicaciones, omitir otras, hacer más extenso un suceso con todo tipo de detalles y nuevas noticias o reservarse aquellos datos que estima no son necesarios en ese momento. Es cierto, con la escritura depositada en el libro nace un concepto de obra plena, redonda, fijada en el tiempo y las formas (por más que revisiones, traducciones o adaptaciones vayan poco a poco transformándola). Pero esto no significa que no pueda existir esa otra obra maleable, que deja parte de su valor en manos del «lector», convertido también en «autor» de la misma.

El escenario digital

Estos peajes que la obra pagó para fijarse al papel: abstracción, maleabilidad y pliegue, los vuelve a recuperar el texto en el escenario digital, añadiendo otros recursos y alguna problemática.
Como nuestra memoria, la información contenida en el medio digital no se encuentra confinada en un único almacén ni en un único lugar; el texto que podremos explorar nacerá de la unión sin solución de continuidad de fragmentos recogidos de distintas fuentes y proveedores a través de cualquiera de los nodos que tejen la red global. Y al igual que la narración en la tradición oral, la información podrá verse modificada según el contexto de lectura o consulta, según el filtro que la haya hecho aparecer... y será plegable: un mismo texto podrá irse desdoblando dejando ver u ocultando información complementaria, videos, gráficas, locuciones y música, definiciones, indexaciones, resúmenes y comentarios.
A estas características de la tradición oral, la cultura digital añade la de una densidad de información casi infinita y en constante crecimiento por el progreso tecnológico, progreso que obliga sin embargo a que esta información sea traspasada cada vez que las aplicaciones con las que fueron realizadas quedan obsoletas y que plantea uno de los mayores problemas en cuanto a su conservación (¿tienen algún archivo de Word Perfect, Qbasic o Page Maker que puedan aún abrir sin problemas?).
El último regalo de la cultura digital frente a la escrita es su capacidad de comunicación multilateral: el autor, los coautores, los lectores, todos los implicados en fin en ese texto digital se comunican, enriquecen, comentan y añaden, complementan y mejoran la información... también hay más ruido, pero no todo es perfecto.

Conclusión

Sí, no tengo dudas de que llegaremos a ver al libro de «El Quijote» como uno de los mejores exponentes de lo que significó el concepto de obra en la cultura impresa, ese paréntesis que alcanzó su madurez  superponiéndose a la tradición oral y que cayó en desuso cuando el texto informativo y literario no pudieron ser ya sustentados por el espacio tan bello como limitado del papel.
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