Lo que la música trae


Vengo en el coche escuchando una composición de Fernando Remacha. No conocía nada de su obra y, sin embargo, sí un apunte biográfico que me llamó la atención y que hablaba de como, tras conseguir el Premio Roma de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1923 y dos Premios Nacionales de Música, en 1932 y 1938, tras la guerra civil abandona prácticamente su actividad musical para regentar el negocio familiar de ferretería en Tudela: una forma de exilio interior para el que fue uno de los músicos del Grupo de Madrid o Grupo de la República. En los años cincuenta vuelve a la composición, dirige el Conservatorio Pablo Sarasate de Pamplona, que resultó modélico bajo su dirección y es nombrado doctor Honoris Causa en 1973 por la Universidad de Navarra y de nuevo Premio Nacional de música en 1982, casi 60 años después del primer galardón.

Pero escucho mientras conduzco “Suite para violín y piano” y todo lo anterior importa ya poco. La música lleva a reflexionar sobre el porqué del Arte. Y pienso si no se encuentran en la potencia de nuestro cerebro todas las combinaciones posibles de la percepción, y el artista, al iluminar con su obra aquello que, encontrándose en nosotros, se hallaba latente, en la oscuridad, no hace otra cosa que ampliar nuestro mundo, despejando zonas de nuestra corteza cerebral que no estaban descubiertas o conectadas.

Pero sigue la música y sé que nada de eso tiene sentido, que el Arte lo único que persigue es evocar, rememorar aquel Big-Bang perceptivo que supuso la plena consciencia, a través y desde entonces de una mente humana, del maravilloso, temible, incomprensible y espectacular primer nacimiento del Sol.
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