Por un puñado de Taytas


Seis años después del Gran Batacazo del 32, de 2032, una manera disruptiva de retribución económica se ha ido implantando hasta hacerse global y consistente: TAYTA (Tú Aportas, Yo Te Apoyo); el asunto no es nuevo, cualquier actividad individual o colectiva de servicio al resto de la comunidad recibe de esta misma comunidad y de variadas maneras taytas virtuales a la manera de los "me gusta, te sigo", etc. de los primeros años del siglo XXI (el limpiador de silbadores, el reparador de tendones, el personal content manager... todos). Estos taytas, a su vez, sirven de garantía para el disfrute (desde antes incluso del Gran Batacazo el verbo poseer ha entrado en desuso) de bienes y servicios. Un determinado territorio es así económicamente fuerte en referencia al saldo positivo de las transacciones de taytas que reciban sus habitantes de los del resto del globo.

Además, alcanzados una serie de taytas diarios, el afortunado accede a nuevas tarifas planas de, por ejemplo, wearhits (una prenda increíble que cambia de textura, forma y color al gusto o ingenio del usuario y que ni se lava ni se plancha) o impresoras de alimentos, viajes de lujo a las solicitadísimas playas de Siberia, etc.

Curiosamente, esta nueva forma ha regulado la posibilidad de enormes fortunas dado que el tayta es una moneda que aporta directamente la comunidad al individuo (y ésta deja de inflar a aquellos que destacan muy por encima de la media, por envidia, por inteligencia, por autolimitación, quién lo sabe); moneda, además, que no puede ser atesorada (el tayta está operativo para su uso desde el mismo momento de su obtención y hasta 12,5 microtiempos después).

No todo en los taytas es bueno; la codicia no ha desaparecido y aquellos que desean llevar un alto ritmo de disfrute vital se encuentran inmersos en una espiral de actividades comunitarias en búsqueda constante de retribución social, algo que ya ha propiciado los primeros síndromes y bajas; por otro lado, esta economía social, conectada y meritocrática ha provocado también todo un mar de pobreza entre los que no desean contribuir con su quehacer diario al bien de los demás y es lamentable el aspecto que algunas calles céntricas de los túneles residenciales ofrecen a últimas horas del apagado del gran LED, cuando cientos de personas con descoloridas corbatas y viejas camisas de grandes logos en el pecho deambulan en busca de sus antiguos bancos, sus antiguas cuentas repletas, aquellas de cuando el viejo dinero valía mucho aunque no sirviese para generar nada bueno a los demás.
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