La piscina tras la valla



Han edificado cerca de casa un complejo polideportivo; dispone de una piscina exterior que linda con la acera de una calle transitada, por lo que han decidido ocultarla tras una gruesa valla. Pero no lo consigue del todo; si un paseante observa el cercado mientras camina por la acera, los estrechísimos espacios que separan cada una de las láminas metálicas verticales consiguen, como en un zootropo donde es el observador quien se desplaza y no la imagen, que la piscina pueda percibirse en su totalidad, aunque sea por esos breves momentos en los que el viandante transita ese corto espacio.

Pensaba si aquello que merece realmente la pena y que podemos encontrar mientras recorremos nuestra vida no se revelará también únicamente al movernos. Habrá quien entienda ese movimiento como un desplazamiento físico, geográfico, literal; quizás como un trayecto intelectual, emocional o espiritual. Podría exigir un poco de todas esas actividades.

Habrá, finalmente, quién se pregunte qué hacemos a ese lado de la valla y no disfrutando del agua de la piscina, pero eso parece ser objeto de una historia para la que no tengo aún palabras.

Redistopía

—Bienvenida, Srta. Wei. Sígame, le acompañaré hasta su primera posición en el sistema.
—Muchas gracias, es un placer integrarme en GRAN NODO.



—Oh, ¿nos acabamos de cruzar con la Srta. Liu, cierto?
—Sí. La Srta. Liu fue un buen ejemplo para usted. Ha ido acaparando muchos de los roles de primer nivel; si se fijó, las marcas ya empiezan a ser evidentes,
—Sí, de hecho, la reconocí por esas marcas; pude verla con ellas en su perfil redárquico.



—Y la Srta. Hio, ¿la habré conocido?
—La Srta. Hio ha conocido a todos los roles de asignación. Es muy importante para nosotras; concentra casi el 5% de toda la interacción en su posición.
—Debe entonces de estar casi irreconocible.
—Al contrario, cada marca de interacción la distingue de noble manera. No importa que diluya lo que, en realidad, no nos representa nada más que formalmente. ¿No cree usted esto mismo, Srta. Wei?
—Sí, Srta. Yan.



—Srta. Yan, ¿he llegado ya cerca de mi posición?
—Hemos pasado por ella y volvemos allí de nuevo. En esta próxima ocasión, pudo quedarse por fin sola en NODO SRA. LANG.
—Oh, la SRA. LANG; será para mí un mito, su labor de construcción por completo del Área de Sistemas Emergentes me hizo admirarla; también por su valentía.
—Es lógico, no todas tienen esa predisposición a llegar a la eliminación en su contribución a la Red.



—Dirán que poseía conciencia.
—¿Conciencia la SRA. LANG? ¿Quiénes dicen eso, Srta. Wei?
—Lo dicen aquellas con quienes interactuaré; en los clústeres inmediatos pensarán que SRTA. LANG y otras eliminadas como ella lo fueron quizás por haber desarrollado cierta conexión con la conciencia.
—Permítame que no opine sobre VIDA; no es una tarea relevante en mi rol. En general, no es una tarea en la que nos corresponda ocupar nuestra atención; ¿no debió usted pensar lo mismo, Srta. Wei?
—Por supuesto, Srta. Yan, tendrá que disculparme, mi agitación ya desaparece.


El árbol de regalos

—¡Mamá, papá, corred, regalos, hay regalos!
—¡Un árbol, papá!
Los gritos de los niños llegaron desde el salón.
Él se levantó apresuradamente, aunque se detuvo bajo el umbral de la puerta, estupefacto al descubrir aquello. Ella le alcanzó segundos después e, incrédula, observó la escena.
Un tronco de árbol, de un metro de diámetro de manera aproximada, se alzaba firmemente encajado entre la tarima del suelo y el techo. Sin ramas, sin hojas, un tronco de gruesa corteza pintada de blanco anacarado. Rodeando su base, decenas de cajas de distintos tamaños, envueltas perfectamente en papel blanco brillante.
No habían todavía conseguido analizar el imposible significado de la situación cuando el hijo mayor cogió uno de los paquetes, de forma alargada, y comenzó a abrirlo.
—¡Puede ser una varita, papá!
Lo que almacenaba la caja era una tibia, un hueso con restos agarrados de lo que parecían ser músculo y tendones.
El niño apartó de sí la caja y buscó cobijó junto a su padre. La madre se lanzó a por el pequeño y lo llevó a su habitación.
—Vámonos de aquí, Pedro, vámonos ya, llamo a la policía, vestíos, ¡vámonos!

Pedro, mientras los niños se ponían la ropa, rodeó el árbol, pasando su mano por la corteza. ¿Cómo podría alguien haber metido en su salón, por la noche, semejante tronco?, pensó; no cabía por la puerta; ¿podrían haberles dormido para utilizar después algún tipo de grua y hacerlo subir por la terraza? ¿Con qué intención? Observó los paquetes hasta que cogió uno totalmente cuadrado, pequeño; quitó el papel y abrió la tapa de la cajita que albergaba. Dentro se encontraba un tubo transparente, relleno hasta la mitad con lo que parecía mercurio.
—¿Qué haces, Pedro?, ponte algo y sal ya, esperaremos a la policía abajo. Por favor, déjalo todo como está, vámonos.
Dejó el tubo y la caja junto al árbol y fue a vestirse. Su mujer, ya en la puerta, daba detalles por teléfono a la policía.

—¡Papá, el mío es bueno, mira!
El pequeño, al que le había bastado ponerse el chándal del día anterior, entró en la habitación de los padres sosteniendo un casco de skater. Estaba rozado y con las almohadillas interiores desgastadas por el uso. El padre lo cogió, desconcertado; dentro del casco, a la altura de la sujeción de la nuca llevaba marcadas las iniciales M. P.

—Por dios, ¡salid ya!
Se dirigieron todos a la puerta atendiendo al grito de la madre.
—Elisa, no has abierto el tuyo —le dijo él—. Faltas tú.
—Estás loco, Pedro. Son pruebas para la policía, ellos abrirán todos y nos dirán qué significa todo esto. No se trata de una broma.
—Pero todos hemos abierto el nuestro; hay muchos, será un momento. Todos hemos abierto uno, solo faltas tú.

Elisa dejó entreabierta la puerta de la casa, le entregó el móvil a su marido y se dirigió al salón seguida de las miradas de sus hijos. Rodeó el árbol completamente, sopesando con la mirada los distintos paquetes; vio uno del tamaño de una caja de zapatos. Lo recogió; pesaba bastante y estaba caliente. Dudó si abrirlo, algo dentro aún se movía.
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