Apenas leía un párrafo, ya lo estaba comentando a Conchi; Karen Amstrong, en su "Breve Historia del Mito" había escrito que el mito y lo religioso, al contrario de lo que hoy día pensábamos, había completado al hombre desde el paleolítico hasta la etapa premoderna. El mito había acompañado al logos, al razonamiento, a la capacidad de inventar y prepararse para lo que ha de venir; y lo completaba dando respuesta y sirviendo de guía para aquello que le angustiaba y que sigue pulsando sobre nuestras cabezas, formando parte de nuestra condición humana: la incertidumbre que causa el enfrentarse a nuestra extinción, individual y como especie.
Es comprensible que nuestro mundo no pueda sustentarse tan sólo de razones ni de lógica; Conchi recordó un comentario de Eduardo Punset, de su libro "El Viaje a la Felicidad", en el que se resumen estudios declarando que las decisiones humanas, tras un preámbulo de análisis en el que se involucran las zonas del cerebro dedicadas al lenguaje y el cálculo, son tomadas por las zonas que se dedican a gestionar los sentimientos, la afectividad, el placer... esa misma zona boscosa en el que se teje lo religioso, lo espiritual, el mito.
Debe ser todo una maraña, una madeja como las que garabateara mi hija. Nuestra capacidad de análisis, del uso de la razón y la lógica debe ser permeable a nuestra percepción de emoción; y al revés. Hay experimentos muy curiosos: uno de ellos suele hacerse en televisión cada campaña y es el de ofrecer un mismo vino servido desde botellas de estatus formal e iconográfico muy diferenciado. El resultado se puede imaginar: el que parece caro es el mejor. Sin duda alguna, esto es así y ellos, los encargados de diseñar nuestros productos, también lo saben.
Más interesantes son las pruebas ofrecidas por Marc Gobé en su "Branding Emocional"; en ellas, se constata como consumidores no habituales de refrescos de cola a los que se les pide que opinen sobre dos marcas de ese refresco distintas (Coca-Cola y otro competidor) acaban eligiendo siempre al de Coca-Cola por motivos emparentados con las sensaciones de emoción o placer. Habían recibido el mismo refresco pero la memoria y la identidad que ellos albergan de la marca les hace percibir a un refresco como distinto al otro.
Una prueba más del texto de Gobé y que encuentro definitiva: a la inmensa mayoría de personas a las cuales se pedía explicar qué móvil de los mostrados les parecía desarrollado con una mejor ergonomía, cuál funcionaba mejor, acababan eligiendo aquel que deseaban tener, con cuyas formas y colores se identificaban, en definitiva, aquel que les gustaba. Si me gusta, funciona mejor. Pongamos nosotros ejemplos con las prendas, coches y objetos que tenemos o deseamos.
No hay nada malo en ello, es más, sospecho que, de otro modo, dirigidos sólo por motivos razonables, habríamos desaparecido junto con algún otro mamífero que no hubiera soñado con ser otro, mejor, de convertirse en héroe a pesar de los miedos y la tremenda magnitud del reto. El hombre, dominador del logos, debe reunirse con el hombre del mito para no desaparecer en el vacío y en silencio; la necesidad de vencer a un animal más grande y fuerte fabricó la primera lanza, el sueño de trascender dio la valentía de utilizarla.
Cada uno, algún día, si no lo ha hecho ya, deberá adentrarse en el corazón de un bosque en sombra, inhóspito, andar durante días y noches para, al final, intentar dar caza a ese animal salvaje que nos espera; dudando, como nosotros, si logrará la presa o hallará la muerte
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