Escuchaba ayer como, por la radio, un periodista alababa la obra de Santiago Auserón; comentaba como muchas de sus canciones seguían aún vigentes, manteniendo la misma calidad que cuando se escucharon por primera vez. Definió, además, cuándo le parecía que una canción era buena: cuando desde la primera vez que era escuchada se hacia nuestra, nos tocaba. Un flechazo.
Pensaba en las canciones, también en todo aquello de lo que me enamoré desde un principio. Pero también en aquello que ha acabado formando parte de mí y, en un principio, o no era valorado o no era percibido como bueno, o bello, o interesante.
Hay casos, incluso, que la percepción de algo como extraordinario ha venido después de un "querer que me gustase", por entender que tenía una calidad contrastada que yo no era, en ese momento, capaz de desvelar y que había que trabajarse.
A los niños les pasa a veces con la lechuga, a mí me pasó con Miles Davis y con el Omega de Morente. Mañana, seguramente, serán los informes económicos.
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