Requena acudió al restaurante pensando que aquella sería la primera de una serie de noches en la búsqueda de pistas fiables. De aquellos tres hombres y sus respectivos padres, sentados en la mesa que quedaba a su espalda, conocía los apellidos con los que se había realizado la reserva: Delgado, García y Cardoso; estaba informado, además, que de los hijos, uno trabajaba como taxista, otro aún estudiaba en la universidad y el tercero, cuya identidad, su apellido, debía descubrir Requena, había estado empleado en la banca antes de convertirse en delator.
Mientras se enfrentaba al salteado de verduras, Requena iba garabateando sobre su agenda todos aquellos detalles que, a duras penas, llegaban desde la mesa vecina. Pudo escuchar una conversación en la que el que respondía como García padre alababa su vida apacible en la sierra, mientras el que debía ser estudiante se quejaba de tener su vivienda entre la sierra y la ciudad, con lo que ello suponía de atascos permanentes al acudir a la universidad; uno de los individuos, el que debía de ser su padre, recriminaba este hecho y le aconsejaba que volviera a vivir con él, en la ciudad.
Más adelante, entresacó de la intrascendente conversación que uno de aquellos padres, vecino del estudiante, triplicaba exactamente a este en edad mientras que el que contestaba como señor Cardoso padre declaraba haber alcanzado ya los 80 años.Tan complacido con la comida como insatisfecho con lo recabado en esa larga hora, Requena tomó de un sorbo tranquilo el vino que restaba en la copa mientras escuchaba levantarse y despedirse a aquellos seis hombres, a los cuales, no había podido siquiera dedicar una mirada furtiva.
– La próxima tarde no les daré tantas facilidades ni a usted ni a su hijo, Señor Delgado.
– Anda con cuidado –respondió socarronamente el señor Delgado– o en la próxima partida acabarás perdiendo hasta el taxi...
Abandonaron el restaurante entre risas mientras Requena, feliz ahora por la fortuna de haber escuchado justo lo necesario, saboreaba el dulce placer del caso resuelto junto al espléndido arroz con leche que acababan de servirle.
La obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Mientras se enfrentaba al salteado de verduras, Requena iba garabateando sobre su agenda todos aquellos detalles que, a duras penas, llegaban desde la mesa vecina. Pudo escuchar una conversación en la que el que respondía como García padre alababa su vida apacible en la sierra, mientras el que debía ser estudiante se quejaba de tener su vivienda entre la sierra y la ciudad, con lo que ello suponía de atascos permanentes al acudir a la universidad; uno de los individuos, el que debía de ser su padre, recriminaba este hecho y le aconsejaba que volviera a vivir con él, en la ciudad.
Más adelante, entresacó de la intrascendente conversación que uno de aquellos padres, vecino del estudiante, triplicaba exactamente a este en edad mientras que el que contestaba como señor Cardoso padre declaraba haber alcanzado ya los 80 años.Tan complacido con la comida como insatisfecho con lo recabado en esa larga hora, Requena tomó de un sorbo tranquilo el vino que restaba en la copa mientras escuchaba levantarse y despedirse a aquellos seis hombres, a los cuales, no había podido siquiera dedicar una mirada furtiva.
– La próxima tarde no les daré tantas facilidades ni a usted ni a su hijo, Señor Delgado.
– Anda con cuidado –respondió socarronamente el señor Delgado– o en la próxima partida acabarás perdiendo hasta el taxi...
Abandonaron el restaurante entre risas mientras Requena, feliz ahora por la fortuna de haber escuchado justo lo necesario, saboreaba el dulce placer del caso resuelto junto al espléndido arroz con leche que acababan de servirle.
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